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Contar el Exilio.

El exilio de los miskitos: huir de los colonos sin dejar de sufrir

Este texto forma parte de la serie Contar el Exilio, producida en colaboración con DW Akademie, el Instituto de Prensa y Libertad de Expresión -IPLEX- y la Red Latinoamericana de Periodismo en el Exilio -RELPEX-. Forma parte del proyecto Space For Freedom en el marco de la iniciativa Hannah Arendt financiada por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania.

Redacción Central

3 de junio de 2025 - 15:49

En Costa Rica, los miskitos buscan refugio de los crímenes cometidos por los colonos y de la persecución política del régimen Ortega-Murillo. Pero una cultura distinta, la barrera del idioma y la discriminación agravan las dificultades de su exilio.

Cati, una mujer miskita de 25 años exiliada en Costa Rica, recibió en octubre pasado una llamada por WhatsApp. Al otro lado de la línea estaba una amiga suya, también miskita y madre de dos niños.

—Amiga, me corrieron. Estoy en la calle —le dijo entre sollozos.

Cati tardó en responder. No recuerda si fueron segundos o minutos, pero no contestó de inmediato, porque supo al instante que no estaba en condiciones de ayudarla.

—Yo también estoy en situación —le respondió, con un español entrecortado. Quería decir que ella también enfrentaba serias dificultades económicas.

Cati tuvo que dejar su comunidad en el Caribe Norte de Nicaragua luego de que los colonos —mestizos del Pacífico que, con el respaldo del régimen Ortega-Murillo, invaden y se apropian de tierras indígenas— tomaran por la fuerza las tierras de su familia. Los que se resisten, advierte, son asesinados.

Huyó hacia Costa Rica, donde vive desde hace casi un año. Su crimen: formar parte de un grupo miskito que se organizó para defender su territorio y expulsar a los invasores. Desde entonces, no ha podido encontrar trabajo.

“Vivir en otro país es duro. No estamos acostumbrados a ciertos trabajos, como la construcción. Nos cuesta la lengua. Yo crecí en mi comunidad, en nuestras costumbres: cortar yuca, plátano, pescar en el río, y comer de eso. Aquí no he conseguido empleo. Nos humillan, nos critican, pero ni modo, hay que salvar la vida”, relata Cati.

Cuando su amiga pidió ayuda, Cati acudió a otros miskitos en el exilio, quienes, con esfuerzos colectivos, la apoyaron. Pero eso generó otro problema: el arrendador del miskito que les dio techo aumentó el alquiler por haber alojado a tres personas más —la mujer y sus dos hijos— y exigió que la niña no llorara.

Un choque profundo. En su comunidad, resolver una necesidad de vivienda era tan simple como ir al monte, cortar madera y construir. Aquí, todo cuesta.

“Aquí, si no trabajás, ni para el pasaje tenés. Vas a buscar trabajo y te dicen ‘te llamo’, ‘traé papeles’. Pero cuesta sacar papeles, y la vida es cara”, lamenta Cati.

“Aquí sufro yo, y sufre mi familia allá”

En diciembre de 2024, Yakal, miskito de 42 años, recibió varias llamadas de sus cinco hijos, que aún viven en el Caribe Norte de Nicaragua. Especialmente los más pequeños, le pedían algo de dinero para las fiestas de fin de año.

No pudo enviarles nada.

En su comunidad, Yakal sustentaba a su esposa, sus hijos y a su madre anciana —viuda y dependiente de él— con el trabajo en el campo: cultivaba la tierra, pescaba y criaba animales.

Pero todo cambió cuando llegaron los colonos. Junto a otros jóvenes miskitos, se organizó para enfrentarlos. Aunque estaban desarmados, lograron capturar a algunos invasores y los entregaron a las autoridades en Puerto Cabezas. El mismo gobierno, sin embargo, los liberó y los envió de regreso.

Poco después, esos colonos volvieron armados. Buscaban venganza.

Yakal y su comunidad denunciaron las agresiones a la policía, pero no obtuvieron respuesta. No le quedó otra opción que huir.

“Vine para salvar la vida, pero allá sufre mi familia y sufro yo también. Si regreso y enfrento a los colonos, lo más seguro es que me matan”, dice, con ayuda de un intérprete.

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Cati, mujer miskita exiliada en Costa Rica, lava trastes en la casa que renta en San José.

Cati, mujer miskita exiliada en Costa Rica, lava trastes en la casa que renta en San José.

Según líderes indígenas, entre 2013 y septiembre de 2024, más de 78 indígenas fueron asesinados por colonos. Solo entre 2020 y 2023 se registraron 42 asesinatos y al menos tres masacres. Las cifras reales podrían ser más altas, ya que constantemente se encuentran cuerpos en los montes o flotando en los ríos.

En Costa Rica, Yakal aceptó un trabajo en la construcción, a pesar de no tener experiencia con cemento ni estructuras. En noviembre, cayó de un andamio de dos metros y se lesionó el pie izquierdo. Desde entonces, no ha podido trabajar.

“Fui al hospital, me mandaron a la casa, pero la empresa ya no me responde. Yo les he marcado, quería saber qué pasa. Tengo este golpe y venía Navidad. También alquilo un cuarto, tengo necesidades. Hasta ahora, nadie me ha apoyado. Aquí a los miskitos no los respeta nadie”, dice con resignación.

Sus vecinos miskitos en Pavas, San José, lo han ayudado con medicinas y tratamientos tradicionales. “Si no fuera por eso, estaría en la cama todavía”, comenta una amiga.

“Aquí, lo más difícil es que vas a un trabajo, trabajás, y te pagan menos que a los demás”, afirma Yakal.

“Yo estaba feliz en mi comunidad”

En una casa de madera, junto a un riachuelo de aguas negras, vive Lapta, miskita de 29 años, junto a su esposo Johnny y sus dos hijos pequeños. Es el refugio que han encontrado desde que Johnny huyó por amenazas de muerte. Él llegó a Costa Rica hace casi dos años; Lapta y los niños, hace seis meses.

Ella no pensaba salir al exilio, pero el acoso era insoportable: los colonos llegaban exigiendo saber dónde estaba Johnny.

En su comunidad tenían una parcela grande, animales y cultivos de arroz, frijoles y yuca. Su economía familiar se basaba en la producción agrícola y la caza. Al año, guardaban hasta 80 quintales de comida para el consumo, y lo demás lo vendían en Puerto Cabezas para comprar lo necesario.

Pero tuvieron que huir.

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En el Caribe de Nicaragua, los indígenas tenían que andar armados para defenderse de los ataques de los colonos, pero ahora están desarmados porque el ejército de Daniel Ortega y Rosario Murillo les decomisó todas las escopetas.

En el Caribe de Nicaragua, los indígenas tenían que andar armados para defenderse de los ataques de los colonos, pero ahora están desarmados porque el ejército de Daniel Ortega y Rosario Murillo les decomisó todas las escopetas.

Lapta cruzó por veredas hasta el río San Juan, y luego la frontera. Un taxista le robó todo: el dinero y la mochila con la ropa de sus hijos. Johnny, trabajando, no pudo llegar a tiempo a recogerla. Otros miskitos acudieron en su ayuda. La hija menor lloró sin parar durante tres días.

Johnny ha sido despedido de varios trabajos por no oír bien de un oído. Eso ha causado problemas con sus empleadores. Gana 80,000 colones por quincena —unos 160 dólares—, lo justo para pagar el alquiler. La otra quincena apenas alcanza para alimentar a la familia.

“Yo estaba feliz en mi comunidad. Teníamos una casita propia, humilde, de madera, techo de paja, piso de tierra… pero era nuestra. No pagábamos nada. Aquí se sufre. Tenemos dos niños, y mi esposo no tiene un trabajo fijo”, explica Lapta.

Una de las cosas que más le entristece es comprar yuca en Costa Rica: “Un kilo son así, dos tuquitos”, dice, haciendo señas con las manos. “Allá comemos bastante yuca, sembrada por nosotros, con sopa de pescado, con carne de tortuga, con gallina india. Esa es nuestra costumbre. Pero aquí no. Aquí todo es dinero”.

A veces, al hablar con Johnny, llegan a la misma conclusión: que quieren regresar. Pero por ahora, no pueden.

Perseguidos por el régimen y por los colonos

El exilio de los miskitos tiene múltiples causas: las invasiones de tierras, los crímenes de los colonos y la persecución política del régimen Ortega-Murillo, que desde antes de 2018 ya favorecía a los invasores mestizos.

Según líderes indígenas, las invasiones se intensificaron a partir de 2014. Yakal recuerda que antes las comunidades eran gobernadas por sus propios ancianos, pero el régimen comenzó a encarcelar o perseguir a las verdaderas autoridades indígenas, reemplazándolas por allegados al gobierno, indígenas o mestizos. Así, los colonos se instalaron con protección estatal.

“Los sandinistas no respetan a los miskitos. No les dan sus derechos. Si lo hicieran, todo esto ya estaría resuelto. Pero a los colonos los siguen metiendo ahí. Ahora hasta votan en las elecciones regionales en nuestras comunidades. Eso significa que los gobiernos les dan autoridad”, denuncia Yakal.

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Lapta junto a sus dos niños en una casa de San José, Costa Rica. Junto a su esposo Johnny, conforman una familia miskita exiliada en Costa Rica.

Lapta junto a sus dos niños en una casa de San José, Costa Rica. Junto a su esposo Johnny, conforman una familia miskita exiliada en Costa Rica.

Actualmente, los líderes miskitos Brooklyn Rivera, Nancy Elizabeth Henríquez y Steadman Fagot están presos. Este último fue capturado tras denunciar públicamente que el ejército permite a los colonos portar armas de guerra para asesinar a indígenas.

Un informe de septiembre de 2024 del Grupo de Expertos en Derechos Humanos sobre Nicaragua de la ONU documenta violaciones sistemáticas a los pueblos indígenas y afrodescendientes, incluyendo persecuciones, asesinatos, desplazamientos y violencia sexual. El Estado nicaragüense, por omisión o complicidad, es responsable.

Se desconoce cuántos miskitos se encuentran refugiados en Costa Rica, ya que Migración y Extranjería no desagrega la información por etnia. Sin embargo, estudios internos de organizaciones miskitas indican presencia en varias zonas del Gran Área Metropolitana (GAM), como La Carpio, Desamparados y Pavas en San José; en Pital de San Carlos, Los Chiles y Naranjo en Alajuela; y en múltiples puntos de Guanacaste y Limón.

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