Estados Unidos ya no es el abanderado de la prensa libre

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"La libertad de prensa nos pertenece y debemos salvarla y no dejar que Trump arrase con ella", dice Bruce Brown del RCFP.
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Estados Unidos ya no es el abanderado de la prensa libre

Por Bruce D. Brown*

(Columna publicada en TIME.com el 5 de febrero de 2018)

Cuando me uní a la junta directiva de la Sociedad Interamericana de Prensa en 2015, esperaba un día formar parte de las delegaciones que la organización envía a puntos calientes en las Américas cuando los derechos de los medios de comunicación están siendo atacados. Estos defensores van a los peores lugares para periodistas del hemisferio y se reúnen con funcionarios del gobierno para tratar de calmar las tensiones.

No podría haber imaginado que unos años más tarde daríamos la bienvenida a una misión de la SIP a los Estados Unidos. Pero eso es exactamente lo que haremos esta semana cuando periodistas de Venezuela, Argentina, Perú y México acudan a Washington, DC, para reunirse con legisladores, políticos y medios de comunicación estadounidenses sobre el debilitamiento de las protecciones de la prensa en este país.

La llegada de la delegación trastocará suposiciones de larga data sobre el lugar de nuestro país en el mundo. En general, los miembros de Estados Unidos en la SIP habían interpretado el papel de exportar principios de libertad de prensa al sur de la frontera, dada la fortaleza de nuestra Primera Enmienda y la estabilidad de la conciencia pública en torno a la libertad de prensa en el país.

Ya no es así. La misión está aquí, y organizaciones como la nuestra están ahora en primera línea de la batalla.

Desde el uso indebido de la legislación antimonopolio en Argentina hasta la retórica de los "enemigos de la patria" en Venezuela, los ataques físicos y el asesinato en México; los periodistas de América Latina han experimentado de primera mano el impacto corrosivo de los ataques a la libertad de expresión. Ellos están en una posición única para ayudarnos a apreciar mejor a lo que nos enfrentamos en los EE. UU., y hacia dónde nos dirigimos si no derrotamos la virulenta tensión del odio hacia la prensa avivado por el presidente Trump.

Ya no es suficiente afirmar simplemente que el Presidente está rompiendo todas las normas estadounidenses. Debemos estudiar otras sociedades y ver qué estrategias han utilizado para volver a reencontrarse con la libertad de prensa.

En 1994, la SIP organizó un movimiento hemisférico de libertad de prensa detrás de la Declaración de Chapultepec, un conjunto de principios para fortalecer las protecciones para los periodistas ahora firmados por 31 países, incluido EE. UU. "No hay personas ni sociedades libres sin libertad de expresión y de prensa", dice el primero de los diez puntos de la declaración. Desde entonces, internet ha hecho casi imposible que los gobiernos democráticos censuren directamente a la prensa; la censura previa es difícil aplicarlo ahora, incluso para un autócrata.

Pero los gobiernos de hoy están manipulando otras herramientas judiciales -- y muchas extrajudiciales -- para denigrar el trabajo de la prensa libre. Una amiga me contó recientemente sobre una conversación con sus hijos adolescentes después de llevarlos a ver The Post, la nueva película de Steven Spielberg sobre la lucha legal por los Papeles del Pentágono. Sus hijos se preguntaron por qué el presidente Nixon se molestó en buscar una orden judicial para detener la publicación cuando podría haberlo calificado como noticia falsa.

Esa es otra área en la que nosotros, en los Estados Unidos, tenemos algo que aprender de América Latina. El novelista Gabriel García Márquez entendió qué sucede cuando las sociedades no pueden ponerse de acuerdo sobre hechos básicos. "Cien años de soledad" sufre el trauma de los masivos ataques a tiros contra civiles colombianos por parte de las tropas gubernamentales en 1928, durante una huelga de trabajadores bananeros. El registro histórico real del incidente fue largamente disputado, y en la ficción de García Márquez ese fracaso para llegar a un acuerdo con la verdad se transforma en una misteriosa amnesia que atrapa a la gente. El gobierno niega el ataque, y en el resto de la novela queda solo un personaje tratando de convencer al pueblo de que la matanza tuvo lugar. Noticias falsas, de hecho.

Ha sido evidente por algún tiempo que la historia que importa en el futuro no es la de Trump, sino la nuestra. Ningún presidente consigue encarcelar a periodistas o reabrir leyes de difamación por su cuenta. La prensa está protegida por jueces y jurados, por legisladores en el Congreso y en los gobiernos estatales y locales, por un Departamento de Justicia independiente en Washington y por un público que depende del libre flujo de noticias para gobernarse a sí mismo en un mundo complejo. La libertad de prensa nos pertenece y debemos salvarla y no dejar que Trump arrase con ella.

*Brown es director ejecutivo del Comité de Reporteros para la Libertad de Prensa (Reporters Committee for Freedom of the Press, RCFP)


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