De la expulsión y el exilio a la inquebrantable lucha por la medicina
Este texto forma parte de la serie Contar el Exilio, producida en colaboración con DW Akademie, el Instituto de Prensa y Libertad de Expresión -IPLEX- y la Red Latinoamericana de Periodismo en el Exilio -RELPEX-. Forma parte del proyecto Space For Freedom en el marco de la iniciativa Hannah Arendt financiada por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania.
Por Yubelka Mendoza
De la expulsión y el exilio a la inquebrantable lucha por la medicina
Cuando era niño, Elthon Rivera no entendía del todo cómo funcionaba la vida ni lo que el futuro le depararía. Pero había dos certezas que marcarían su camino: la experiencia de migrar a un país que no era el suyo y su deseo inquebrantable de convertirse en médico.
A los seis años, su familia tomó la difícil decisión de trasladarse a Costa Rica por razones económicas. Creció y estudió allí, hasta que, a los 18 años, regresó a una Nicaragua que le resultaba desconocida, pero que representaba la oportunidad de cumplir su mayor sueño: estudiar Medicina. Ingresó a la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN-Managua) y, por un tiempo, creyó que todo iba según lo planeado.
Pero en 2018, cuando cursaba su quinto año de carrera, el destino tomó un giro drástico.
Ese año, Rivera exploraba la posibilidad de realizar un intercambio académico en Canadá, convencido de que su vocación trascendía fronteras. Sin embargo, en abril, el país se sumió en una crisis política. Como muchos otros estudiantes, decidió unirse a las brigadas médicas para atender a los heridos de la represión gubernamental contra las protestas ciudadanas. Ese acto de solidaridad le costó su futuro en Nicaragua: fue expulsado de la universidad y, con ello, su sueño de ser médico se desmoronó.
Intentó continuar su formación en una universidad privada, pero las circunstancias se lo impidieron. Más tarde, halló una alternativa en Ciencias Políticas, pero tampoco pudo culminarla. La Universidad Paulo Freire, donde estudiaba, fue ilegalizada por el régimen de Daniel Ortega. Sin más opciones, se vio forzado al exilio.
Llegó a Costa Rica con incertidumbre, como tantos otros nicaragüenses desplazados por la crisis sociopolítica. Solicitó refugio sin saber qué le depararía el destino. Pero su determinación nunca flaqueó. Buscó oportunidades hasta que encontró una beca en Rumanía para estudiar Medicina desde el inicio. La aceptó sin dudarlo.
Hoy, a un año de graduarse, mira atrás y comprende que el exilio, lejos de arrebatarle su vocación, le permitió redescubrirse.
“La crisis en Nicaragua nos arrebató parte de quienes somos”, reflexiona Rivera. Pero, al mismo tiempo, le reveló una resiliencia que desconocía en sí mismo.
De día, es un estudiante aplicado en la Universidad de Medicina, Farmacia, Ciencia y Tecnología G.E. Palade de Târgu Mure, en Transilvania. De noche, preside la Iniciativa Puentes por los Estudiantes de Nicaragua (IPEN), una organización dedicada a ayudar a otros jóvenes exiliados a continuar sus estudios.
A sus 30 años, Rivera ha pasado tres años en Rumanía, donde su vida transcurre entre hospitales, aulas y la convivencia diaria con dos idiomas ajenos: inglés y rumano. Sin embargo, por primera vez en mucho tiempo, siente que su camino está bien encaminado.
“Es la primera vez que llego a este nivel: ser un médico en internado, a punto de culminar la carrera. Me llena de orgullo”, comparte.
Su adaptación a la sociedad rumana ha sido un proceso gradual, pero hoy se siente parte de ella. “Ya no me siento extraño ni fuera de lugar. Me siento cómodo, como lo estuve en Managua”, dice con satisfacción.
Pero sabe que su travesía aún no termina. En un año finalizará sus estudios, lo que pondrá fin a su residencia estudiantil y, con ello, su estatus migratorio en Rumanía. En Costa Rica, su proceso de refugio quedó interrumpido tras su traslado. Ahora debe buscar nuevas opciones.
Aunque su futuro aún es incierto, ya explora becas para realizar su especialidad en Medicina. Considera países dentro de la Unión Europea, como España, pero tampoco descarta Estados Unidos. Lo único seguro es que aquella convicción que nació cuando tenía siete años sigue intacta.
La historia de Elthon Rivera es un testimonio de resistencia y determinación. Más que un médico en formación es un activista, un puente para otros y la prueba viviente de que ni el exilio ni la represión pueden apagar un sueño cuando la vocación es más fuerte que la adversidad.