Discurso de Gregorio Badeni, ganador del Gran Premio Chapultepec 2017
Reunión de Medio Año
Antigua, Guatemala
Domingo 2 de abril de 2017
Esta presentación pública, ante una audiencia altamente calificada, constituye para mí un reto ante el cual experimento sensaciones diversas. Perplejidad por la inmerecida distinción a título individual, complacencia por acceder a una categoría integrada por tan significativas personalidades del ámbito cultural, y el deber de honrar la generosa decisión adoptada por los amigos de la SIP al otorgarme el Premio Chapultepec. A estas sensaciones, se añade mi gratitud por las palabras tan amistosas y cálidas que conformaron mi introducción ante ustedes.
Cuento con la particular satisfacción de estar relacionado con la SIP desde hace casi tres décadas. No por ser periodista sino por compartir los valores y objetivos de una Entidad forjada para garantizar en el continente americano la vigencia de la libertad de expresión, en general, y la libertad de prensa, en particular. A lo largo de casi 75 años, las sucesivas generaciones que conformaron la SIP jamás claudicaron en la brega por la vigencia de tales valores y objetivos. Asumieron el sinsabor de recibir ataques injustos de gobiernos autocráticos, de mediocres personajes imbuidos por las modas totalitarias y hasta de periodistas que comulgan con las concepciones autoritarias y el populismo. Supieron superar el temor de enfrentar la intolerancia, el pensamiento único, las amenazas y hasta la violencia más descalificable. Asumieron y asumen la defensa de periodistas y empresas periodísticas con el convencimiento que son inseparables. Sin una sólida base económica no existe una sólida prensa independiente, y sin una sólida prensa independiente no existe la libertad, dignidad y progreso que enaltece al ser humano.
Comprendo la importancia del Premio Chapultepec que representa la necesidad de concretar la defensa de la libertad de expresión plasmada en los 10 Principios de la Declaración de Chapultepec del 11 de mayo de 1994. Firmada y avalada por innumerables mandatarios, funcionarios políticos y judiciales, así como también por destacados representantes de las más variadas áreas de la cultura democrática, presenta la particularidad de reflejar fielmente el pensamiento sociopolítico dominante en el continente americano sobre cómo debe ser concebida la libertad de expresión.
La Declaración fue formulada en la Conferencia Hemisférica sobre Libertad de Expresión celebrada en México bajo la presidencia del ex Secretario General de la ONU, Javier Pérez de Cuellar, habiendo sido objeto de una importante reglamentación e interpretación entre el 16 y 18 de agosto de 1998 en la Conferencia de Chapultepec sobre Libertad de Expresión celebrada en San José de Costa Rica. Tuve el agrado de participar de ella y de colaborar con ilustres personalidades. Entre ellas, Jack Fuller, Danilo Arbilla, Alejandro Aguirre, Claudio Grossman, Edward Seaton, Andrés García Gamboa, Saturnino Herrero Mitjans, Alejandro Miró Quesada, Tony Pederson, Jorge Fascetto, Bartolomé Mitre, Julio Mesquita, Mario Gusmao, Héctor Amengual, Luis Tarsitano, Jayme Sirotsky, Horacio Aguirre. Sobre la base de ella fue formulada la Declaración de Principios sobre Libertad de Expresión adoptada por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos como texto interpretativo del artículo 13 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos. Ella fue aprobada en el año 2000, y el 2 de marzo de 2001, la SIP se adhirió a su contenido.
Si la historia de la humanidad puede ser definida como la historia permanente de la lucha de los seres humanos por su libertad, dignidad y progreso, advertimos que esa lucha, tarde o temprano, concluye con la demolición de las barreras autoritarias que se levantan contra ella. Durante su curso, los riesgos y desafíos se renuevan permanentemente en un proceso dinámico. Los más variados procesos de desconstitucionalización democrática que se produjeron en el siglo XX se repiten en el siglo XXI. Hay una metamorfosis nominal porque mientras subsistan las concepciones autocráticas la libertad de expresión y la prensa independiente estarán en peligro.
Segundo V. Linares Quintana enseñaba, a mediados del siglo XX, que la libertad de expresión es una libertad institucional porque sin ella no pueden existir la tolerancia y el pluralismo que tipifican a un sistema político democrático constitucional. Pero también es una libertad estratégica porque de su existencia depende la subsistencia de las restantes libertades. Es la madre de todas las libertades y fruto del pensamiento humano. Bien sabemos que la violación de ella abre las compuertas que permiten acometer impunemente contra las restantes libertades. Miles de periodistas agraviados, encarcelados, torturados y asesinados por la sola circunstancia de difundir hechos o expresar opiniones no compartidas por el autócrata de turno o los grupos de poder totalitarios son la prueba más elocuente de esa afirmación.
Esta situación patológica tiene muestras cotidianas. Hoy día, públicamente, todos se proclaman fervientes defensores de la libertad de expresión, pero son muchos los que, en los ámbitos público o privado, propician la censura y otras restricciones cuando el ejercicio de la libertad de prensa colisiona con sus intereses o valores. Son comportamientos autocráticos que pretenden imponer a los medios de prensa lo que se debe informar y cómo se debe informar.
Comportamientos que todavía se manifiestan en algunos países americanos y que, al margen de revelar el miedo que acarrea la intolerancia, suelen ser fomentados por grupos de intelectuales que, con particular soberbia, no pueden admitir la expresión de puntos de vista diferentes a los forjados por sus febriles intelectos. Semejante fenómeno lo hemos percibido durante el proceso de globalización y actualmente en el proceso de desglobalización que se extiende sobre Europa y América como consecuencia de los excesos teóricos en que incurrimos durante décadas. Quizás se imponga la sensatez y mediante un enfoque empírico podremos remediar los errores del pasado y retornar a la senda del progreso, labor en la cual la prensa independiente tiene un rol ineludible si queremos preservar la democracia constitucional como sistema político.
Si bien resulta plausible verificar como, en el curso del siglo XXI, procuramos difundir ese sistema político fortaleciendo la libertad de expresión, somos conscientes que su futuro desenvolvimiento no estará exento de los peligros resultantes de la intolerancia y del espíritu totalitario de algunas concepciones políticas. Entre ellas, el tan mentado populismo que ya, a mediados del siglo XX, fue descripto por Georges Burdeau con el nombre de cesarismo empírico y por Karl Loewenstein como el cesarismo napoleónico o neopresidencialismo latinoamericano, en el cual incluía al régimen de Getulio Vargas en Brasil y al peronismo en la Argentina.
En ese proceso no podemos desconocer las importantes innovaciones tecnológicas que se operan en los medios de comunicación social masiva y menos aún huir frente a los desafíos que representan. No olvidemos que, en el siglo XV, la imprenta promovió el inicio de la Edad Moderna y que, en el siglo XVIII, la difusión de diarios y periódicos promovió el desarrollo masivo del conocimiento humano dando a luz a la Edad Contemporánea.
Bien dice Bartolomé Mitre que la sucesiva aparición en el escenario histórico de nuevos medios de difusión ha sido siempre un impulso liberador. Liberador del individuo frente a la ignorancia, en primer término, y a partir de allí, frente a la dominación política y social. Es al mismo tiempo, una advertencia para quienes aspiran a regular lo que empíricamente, hasta el día de hoy, es técnicamente irregulable, como las redes de comunicación social y el proceso de convergencia.
Es una suerte de encrucijada ante la cual, la Declaración de Chapultepec, no es solamente un documento con valor histórico, que lo tiene. Es una auténtica brújula que nos indica el camino a seguir para preservar la libertad, dignidad y progreso de las personas, conforme a los lineamientos de la democracia constitucional y a los asombrosos adelantos tecnológicos operados en los medios de comunicación social que permiten difundir, hechos, ideas y opiniones en forma ágil y eficiente.
Esto nos permite presumir que nos enfrentamos con una nueva etapa en la historia de la humanidad que es la Edad de la Comunicación Social. Ella no admite fronteras, no está supeditada al poder de los Estado, ni de los grupos de presión o poder, rechaza las ideologías y los preconceptos forjados por una visión estática de la vida social. Esta etapa refleja una creciente desregulación de los medios técnicos de comunicación social que excluye toda intromisión estatal destinada a delimitar los contenidos de la libertad de expresión. Es una realidad que nos impone un desafío cotidiano cual es el de tolerar y respetar el uso, y hasta el abuso, de la libertad de expresión con la convicción que este último, en un lapso mediato o inmediato, medido con los parámetros de aquella historia de la humanidad, jamás podrá ser desterrado por las leyes sino con la ética y la educación para vivir en libertad que posibilita la condena espontánea de la sociedad.