16 de octubre de 2025
16 de octubre de 2025
Excelentísimo Señor Presidente de la República Dominicana, Luis Abinader;
Señor David Collado, Ministro de Turismo de la República Dominicana;
Señor José Roberto Dutriz, Presidente de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) y director de La Prensa Gráfica de El Salvador;
Señor Persio Maldonado, presidente del Comité Anfitrión y director de El Nuevo Diario.
Señoras y señores
Agradezco a la Sociedad Interamericana de Prensa por esta invitación y a todas las personas que siguen creyendo - a veces contra viento y marea - que, sin periodismo libre no hay democracia posible.
Como primera mujer en el cargo de Secretaria General Adjunta de la Organización de Estados Americanos, me es particularmente grato acompañar a la SIP, referente hemisférico en la defensa de la libertad de prensa, en este encuentro anual en tanto hace tan solo unos meses se firmó el acuerdo de cooperación con la Comisión Interamericana de Mujeres de la OEA, el primer órgano intergubernamental en el mundo creado para garantizar los derechos humanos de las mujeres. Su objetivo es claro: promover la igualdad de género, fortalecer la libertad de expresión y combatir la desinformación de género en las Américas.
Expreso un reconocimiento especial al pueblo y al Gobierno de la República Dominicana, país anfitrión de esta Asamblea que, en 2025, ha sido reconocido por Reporteros Sin Fronteras como el país con mayor índice de libertad de prensa en América Latina. Señor presidente Abinader, esto es un logro que honra su compromiso con el pluralismo, la transparencia y el respeto al trabajo periodístico.
Es desde esta premisa que me permito presentarme hoy ante ustedes en mis tres identidades: como diplomática, como periodista y como mujer. Tres condiciones, si somos honestos, de alto riesgo en el mundo actual. Podría decir que hoy les habla una profesional de riesgo múltiple: una mujer que ha hecho del micrófono, de la palabra y del diálogo sus herramientas de trabajo y, a veces, hasta sus campos de batalla.
Durante décadas, ejercí el periodismo de opinión y fui crítica de medios, diplomacia y multilateralismo. Hoy, en la cúpula de la OEA, sigo siendo la misma: lo que antes predicaba desde fuera, hoy no solo lo digo, sino también hago el mayor esfuerzo para practicarlo, desde dentro.
Estamos en crisis, señores y señoras, ustedes y nosotros. Ustedes, los medios, y nosotros, las organizaciones multilaterales.
Permítanme destacar la simetría entre el multilateralismo y los medios. A ambos se les acusa de haber perdido el rumbo. A ambos se les dice que ya no representan a nadie. A ambos se les pregunta —a veces con enojo, a veces con cierta melancolía: ¿para qué sirven?
Ni el multilateralismo ni el periodismo se construyeron sobre el ejercicio del poder duro. No cuentan con ejércitos ni otras fuerzas coercitivas. Se cimentaron sobre la confianza. Los medios dependen de su credibilidad ante las sociedades; la Organización de Estados Americanos, las Naciones Unidas, las agencias y los órganos intergubernamentales especializados y, en suma, el sistema multilateral entero, de la autoridad que da la implementación estatal, algo que solo se consigue cuando hay legitimidad.
Si los medios son el espacio donde las sociedades se miran a sí mismas, el multilateralismo es el lugar donde las naciones intentan comprenderse entre sí.
Multilateralismo y medios se basan en la convicción de que la verdad y la cooperación no son aspiraciones ingenuas sino necesidades prácticas. Para Gabriel García Márquez, "un periodista es alguien que distingue la verdad del ruido". Y, en cierto modo, lo mismo podría decirse de un multilateralista. Nuestra labor consiste en distinguir entre principios e intereses, diálogos y monólogos, consensos y conveniencias.
Pero esa creencia en la verdad y la cooperación es lo que se está erosionando. Vivimos en una época que desconfía de los intermediarios, aquellos que se interponen entre los ciudadanos y el poder o entre una nación y otra. La gente dice: «No necesito periodistas; tengo a las redes sociales y ahora a la inteligencia artificial». Los gobiernos afirman: «No necesito financiar organismos multilaterales; puedo hacerlo todo por la vía bilateral». En ambos casos, terminamos en el mismo lugar: fragmentados, ahogados por el ruido y en plena soledad.
A la prensa y al multilateralismo se les acusa de pecados similares: de ser elitistas, burocráticos y lentos. Pero en realidad, ambos defienden algo profundamente subversivo: la idea de que los hechos deben verificarse, que las palabras deben tener consecuencias, que las decisiones deben discutirse. Ambos defienden la lentitud en medio de la aceleración, abogan por el procedimiento cuando se impone la improvisación, impulsan el diálogo en una era en la que el grito se asume como claridad.
Lo que estamos viviendo no es solo una crisis de legitimidad sino una de significado.
Las sociedades ya no se ponen de acuerdo sobre lo que es la verdad y los Estados cuestionan la institucionalidad de la posguerra.
Los medios se enfrentan a un campo de batalla de narrativas; el multilateralismo encara un campo de batalla de soberanías. Y, sin embargo, ambos luchan por lo mismo: la posibilidad de una realidad compartida. Sin ella, no hay periodismo y, sin ella, no hay diplomacia.
Ambos son imperfectos. Ambos son, muchas veces, con toda franqueza, exasperantes. Pero ambos son indispensables en democracia. El periodismo se erige como la conciencia de la democracia y la democracia sin multilateralismo se vuelve temeraria.
Albert Camus escribió: "La libertad no es más que una oportunidad para ser mejores". Esto es cierto para las personas y también para las instituciones. Tanto la prensa como el multilateralismo deben aprovechar esta libertad que nos da este nuevo mundo con sus tecnologías: para ser mejores, para responder con más transparencia, para recobrar la relevancia. La tarea que tenemos por delante no está en defender las instituciones tal como son hoy sino en re-imaginarlas, reconociendo nuestros errores, valorando lo que dejamos atrás y acercándonos a las personas cuya confianza necesitamos construir.
Para los periodistas, eso significa escuchar con más atención, con más respeto, con más empatía. Para los multilateralistas, implica demostrar que la cooperación da resultados concretos y va más allá de solo palabras, aun en medio de las más agudas diferencias. Ambos debemos hablar con humildad, no con autoridad.
Y quizás - solo quizás - podamos aprender los unos de los otros. El periodista puede recordarle al diplomático que las palabras solo importan si impactan la vida de alguien. Y el diplomático puede recordarle al periodista que la libertad de expresión solo sobrevive cuando se le apuesta al diálogo. Después de todo, estamos del mismo lado: del lado de la razón, del lado de la comprensión, del lado del conocimiento. Si perdemos la fe en la prensa y en el multilateralismo, abandonamos la idea de que la deliberación aún puede cambiar las cosas. Pero si los protegemos - no como reliquias, sino como actos de resistencia - entonces quizás defendamos la idea más revolucionaria de todas: que la verdad y la cooperación siguen importando, incluso cuando estén pasadas de moda. Y quizás ahí es donde debemos volver: a lo básico. A lo esencial. A las cosas simples y exigentes que dieron a la prensa y al multilateralismo su significado en primer lugar: decir la verdad, volver al diálogo, cumplir nuestra palabra, escuchar antes de hablar, servir con dedicación. El interés público, nuestra causa compartida.
Para ambos, multilateralismo y medios, lo fundamental también significa inclusión. La legitimidad no solo se gana con la ética, sino con representación. Digo esto como la primera mujer en ocupar este cargo, consciente de que la legitimidad requiere que todos los sectores, todas las voces, todos los géneros, no solo estén presentes, sino que sean influyentes. La igualdad no es un favor. Es parte de la arquitectura de la confianza. La igualdad no es una agenda marginal; es la base sobre la que se construye toda democracia y todo liderazgo que aspire a perdurar en el tiempo.
No nos refugiemos en la nostalgia del pasado. Comprometámonos con la disciplina. Para el multilateralismo, eso significa austeridad, transparencia y rendición de cuentas, no como eslóganes, sino como práctica cotidiana. Austeridad en el privilegio, transparencia en el proceso, rendición de cuentas en el propósito, todo para demostrar que la cooperación no es teatro sino servicio.
Para la prensa, significa recuperar la línea entre la información y la opinión, restaurar la civilidad como virtud profesional y redescubrir que el periodismo puede ser riguroso sin ser inhumano, crítico sin ser insultante. La credibilidad no nace del volumen, sino de la integridad.
Ustedes y nosotros hemos dejado promesas sin cumplir. Solo si reconocemos que tenemos un problema y decidimos encararlo juntos, podremos fortalecernos. Recuperemos la deliberación para nuestras instituciones, para nuestro periodismo, para nuestras democracias. Si lo hacemos, si dejamos de distraernos con el ruido y la vanidad y volvemos a lo esencial, entonces no habrá que reclamar la legitimidad perdida vociferando y a la fuerza en cada reunión, en cada espacio, en cada periódico, en cada programa. Se ganará, de nuevo, allí donde importa: ante los ojos de la gente.